"Me siento una privilegiada, no sólo por vivir de lo que me gusta, sino porque tuve un excelente matrimonio, y porque pude vivir en Francia y en Italia", confiesa la escritora Elvira Orphée. Hoy la legislatura porteña la declarará personalidad destacada de la cultura en el salón Eva Perón. Un homenaje que le llega a los 94 años, luego de una intensa vida vinculada a las letras.
Vivió en Tucumán hasta los 15 años, luego se radicó en Buenos Aires, donde estudió Filosofía y Letras en la Universidad. Posteriormente, viajó por una beca a Francia, donde estuvo ocho años. Se casó con un diplomático argentino y se asentaron en Roma. "El país de mi corazón", remarca.
Durante esos años, tuvo tres hijos y cultivó amistades con Alberto Moravia y su mujer, Elsa Morante, ("que para mí era mucho mejor escritora que él", confiesa). Se frecuentó con personalidades de la literatura que estaban en la cima de sus carreras. Compartía tertulias en el "café de los escritores" que estaba ubicado debajo de la casa de los Moravia en Roma. Por las mesas de ese café habían pasado grandes como Goethe y Lord Byron. Mientras tanto Elvira escribía y escribía. "Nunca pude hacerlo ni en francés ni en italiano porque son dos lenguas que no llegué a manejar del todo", explica. También cultivó amistades con Ítalo Calvino, con quien compartía largas charlas.
Morante -asegura Orphée en una entrevista de la revista Ñ de hace un par de años- sentía una debilidad especial hacia ella. Un poco fue por su influencia que volvió a rescatar la poética del lenguaje norteño en su libro Aire tan dulce (1966). Años antes ya había escrito Dos amores (1956) y Uno (1960). Como señala el periodista Leopoldo Brizuela, desde el comienzo las virtudes de su pluma fueron evidentes: "Independencia, originalidad y esa ferocidad cuya fama la envuelve aún hoy, pero que, acaso, no era más que el hábito de combatir la hipocresía provinciana a puras estocadas de sinceridad brutal". Su obra influenció a escritores como Tomás Eloy Martínez.
Hoy, recluida en Buenos Aires desde hace 40 años asegura que vivir de la escritura es posible, pero sólo modestamente.